martes, 22 de abril de 2008

Sabores raros

Ayer, leyendo unos comentarios del último post sobre caracoles, tierra mojada, lombrices y bichos-bola quise ponerme de nuevo el "babi" de mi guardería Bambi y buscar en recreo cualquier inocente insecto, babosa o familiar que machucar junto con una cuidadosa selección de hojas de arbusto común de zona ajardinada de residencial (sólo sabíamos de sus extraordinarias propiedades unos pocos iluminados shhhhhh...) dando origen a una receta mágica que te hacia volar o cualquier otra barrabasada.

Siempre he tenido cierta habilidad para romperme las paletas o para manipular y convencer a algún desgraciado para que se untase la cara con el mejunje mencionado a cambio de conferirle los ansiados poderes y el justo reconocimiento de superhéroe. No era tan difícil. Prueba de fuego, era ya, conseguir que la elaborada fórmula formase parte de nuestra nutrida merienda.

Realmente, es curiosa la nula percepción del asco de entonces. Supongo que llegado el momento, el estómago dijo un día "hasta aquí" y empecé a mirar con ojitos pestañeantes otro tipo de delicatessen.

¿Por qué me daría a mi por espachurrar todo? Unos gusanitos no se saboreaban en todo su esplendor si no eran previamente pisoteados en la bolsa por una manada de mamuts y chupándote el dedo para ir degustando las mijillas de maíz que se te quedaban pegadas en el.

Un ejemplar de bollicao, alimento ilegal y prohibidísimo por el régimen mamitiano, era recibido con tanta expectación que el ritual de ingesta era elaborado, requería estrujarlo y aplastarlo con la palma de la mano hasta que el chocolate acabase saliendo por los extremos. Podrán decirme como comerme un percebe…¿pero un bollicao? ¡Nunca! ;)

Las chucherías con pica-pica eran el éxtasis. Y los petazetas acaparaban todas las leyendas urbanas de 10km a la redonda.

He de decir que en este desorden alimenticio también colaboraba mi nunca-suficientemente-piropeada-madre y, hasta el día de hoy, perduran secuelas graves y deliciosas como las comer lentejas con yogur. Como suena, utilizando artimañas engañosas y conociendo mi debilidad absoluta por queso/lácteos y derivados, agazapaba cucharadas de puré de lentejas bajo mi postre preferido, yogur natural, frío y azucarado.

Verme ahora en la tesitura de pedir yogur "modo capricho" cuando se tercian unas lentejas en la mesa, tiene tela! Siempre queda bien lo de ...es la mezcla de texturas, contraste frío-calor, un univeeerso de sensaciones!

lunes, 21 de abril de 2008

La lluvia como invitada

Por una acera de empedrado antigua el agua tiende a formar pequeños surcos irregulares. Serpenteos de escalofríos y reflejos líquidos se escurren entre los pies. Goteras y tejas rotas alteran el ritmo de caída del agua convirtiendo en una verdadera prueba de agilidad no empaparte o no saltar un ojo a alguien de un paraguazo.

Caminando por la parte menos desgastada, o haciendo equilibrio por el bordillo, se ralentiza el efecto esponja de unos vaqueros a los que negué un dobladillo de rigor, pero siempre hay algún amable conductor que está dispuesto a rachear para hacer un trasvase generoso rodilla arriba.

Las canaletas agrietadas, llenas de polvo y hojas secas, se atascan desbordándose con la inesperada lluvia y los pequeños balcones repletos de geranios se convierten en minúsculos embalses que preparan bromas-sorpresa al que inútilmente busca resguardo.

Aparecen las prisas por llegar a casa, a alguna parte, por dispersarse. El bullicio acostumbrado del centro de la ciudad cede ante el silencio y el eco de pasos que se alejan. Calles desnudas, no es día de escaparates de tiendas, no toca estar en las terrazas de los bares y cafeterías, ni pasear sin conocer muy bien el rumbo.

Personas sin ojos, paraguas con pies. El agua cala y golpea sobre los charcos.

Tras la estampida, esquivando esos charcos, hay quienes no regresan a ninguna parte, su mundo gira al mismo ritmo de siempre. Quietos, inmóviles. Llaman casa, al escalón de la puerta trasera de un cine. Salón, a un bordillo de supermercado. Cocina, a un soportal de una oficina bancaria. Como baño, un parque.

Entonces no hay gran diferencia entre días soleados o lluviosos. No importan el frío o unas cuantas gotas de agua. Al contrario, la lluvia puede ser una gran invitada si limpia de su salón las visitas incómodas que lo recorren sin apenas percatarse de que ellos están sentados, allí mismo, en su escalón. Estúpidas visitas con miradas sin brillo y ajenas, incapaces de reconocer la tristeza y soledad que tienen hueco entre ese escalón, una chaqueta descosida y unos cartones. Ciegas a fantasmas transparentes sin nombre, mobiliario urbano.

No es tan raro que llueva en abril, lo raro es tener una enfermedad grave en la vista y el corazón y no buscar remedio.

Llueve y la tierra lo agradece. Llueve, huele a limpio. Llueve, el mundo parece expiar sus pecados de polución y cemento haciendo promesas de un espectáculo de sol radiante y cielo azul nítido.



Pero no miramos con los ojos de ver. No latimos con el corazón de sentir.

jueves, 17 de abril de 2008

Historias de Astronautas

Deberían inventar los días con cincuenta horas, veinticuatro para terminar todo lo que se quedó pendiente ayer, otras veinticuatro para que ocurra todo lo que tocaba hoy y dos horas extra, que nunca vienen mal, por si se cuela inesperadamente un libro que leer, un cine al que ir o retrasar la puesta en escena del estruendoso despertador y la coreografía que conlleva por la mañana -¿Qué querías ser de mayor?-.

Me gustó Ameliè, tanto como para ignorar que fuese una película emblema si quieres llevar flequillo. Me encantan las historias de todo lo que ocurre en diferentes lugares en un mismo instante de vida. En un segundo, en un mismo segundo, hay personas que ríen, esperan, discuten, nacen, olvidan, inventan, pierden, aprenden, miran, deciden… Un calabacín puede ser motivo de una revuelta popular, en la frutería, si es el último y una señora rebolonda se te cuela (el calabacín no es componente primordial en su dieta diaria, de eso estoy segura ¡señora!…y si lo es, puede suplirlo con el resto de ingestas adicionales que engulle).

En la cristalería, dos hombres trabajan puliendo una esquina de una mesa pequeña, son hermanos y curiosamente gemelos, ¿de pequeños soñarían los dos con ser cristaleros-astronautas?

Mi hermana (la pequeña) me ha llamado porque ha peleado con mis padres -¿Qué querrá ser de mayor? Decida lo que decida, le tocará ser siempre la pequeña- Mi madre (pintora) me cuenta, después, que no sabe que hacer con ella y se escucha a mi padre (rabiador) haciéndole rabiar porque tiene la boca llena de uvas con queso mientras habla conmigo por teléfono. Esa rutina, que para ellos es molesta, a mi me parece entrañable desde que no la tengo a diario.

Él (conspirador dulcísimo), está de vinos con una amiga sacudiendo al aburrido miércoles después del trabajo -de mayor seguirá siendo guapísimo ;) y perseguido por algún Servicio Secreto de cualquier país-.

Mi sobrina (arranca sonrisas), a aprendido a contar en inglés y aunque no sabe decir "piñata" me canta "uuumpaños eliiiz" porque el sábado irá al cumple de Elvira (amiga de arranca sonrisas). -¿Montarán una cristalería juntas algún día?-.

Sugus (coneja), ha sido castigada a su jaula-chalet por desavenencias con sus hábitos defecatorios -de mayor, pedirá cambio de nombre por ambigüedad sexual-.

Al mismo tiempo, mis amigas (actriz, aparejadora in love, muy digna, la cateta y la golda), se rien porque han tenido un sueño lesbico conmigo, besado con un chico inesperado, aterrada por un destino definitivo de oposiciones, ensayando formulas para perdonar y planeando venir a verme -de mayores, seguirán siendo mejores amigas-.

Todo pasa en segundos. Si pestañeas te lo pierdes. Hoy he visto un libro de cocina hindú supercurioso.

Mañana quiero ser chef-astronauta.

jueves, 3 de abril de 2008

Suicidio Cotidiano

Tengo un problema con un sofá, tresillo convencional de tres plazas, situado estratégicamente delante del televisor del salón. Un sofá superviviente en una casa de alquiler, mugroso y reticente a la limpieza en seco de tintorería, pero con una habilidad sorprenderte de inducirte al sueño más profundo en un instante de despiste.

Es sencillo desear cosas desde el sofá, es normal que la imaginación pulule y desconecte con la selección de basura enlatada ofrecida como programación televisiva de mediodía, cosas tan sencillas como 'que te gustaría hacer esa tarde', 'si algún momento será bueno para recoger la acartonada ropa del tendedero'...'si eres feliz', lo absurdo y lo trascendental puede quedar delimitado por unos segundos de inconsciencia. A veces, sin más, una inocente siesta se convierte en un debate retrospectivo existencial contigo mismo.

Como es costumbre, cuando despiertas por azar y recalculas coordenadas de posición, es tan tarde y tenias tantas cosas que hacer… que pasa de puntillas y por la puerta de atrás la opinión de que, quizás, todas las cosas que deseas no ocurren nunca esperándolas en un sofá.

Leyendo una fábula, con "gafas de niño", hoy he recordado que las cosas no cambian solas, o por lo menos, no en la dirección deseada, si no creas las circunstancias para que ocurran.